domingo, 9 de septiembre de 2018

El crimen del Camino del Grao. El asesinato de Rafael Garau. Un crimen en la familia March

El crimen del Camino del Grao. El asesinato de Rafael Garau. Un crimen en la familia March




Mundo Gráfico. 25 de octubre de 1916


Mundo Gráfico. 8 de noviembre de 1916


Mundo Gráfico. 25 de octubre de 1916


Mundo Gráfico. 7 de marzo de 1917

El magnate del silencio

«La silueta encorvada y la nariz ganchuda de Juan March Ordinas todavía deambula vívida en la memoria de la Mallorca profunda, despertando temor y admiración a partes iguales. Su mirada penetrante, escondida tras unas gafas redondas, su cráneo reluciente y su tono de voz cortante, perviven en el tiempo hasta hacer que los más viejos del lugar todavía hoy bajen el tono de voz al recordar a quien fuera una de las primeras fortunas del mundo cuando murió el 10 de marzo de 1962, tras las heridas sufridas en un accidente de tráfico en la Carretera de la Coruña.


Retrato de Juan March realizado por Ignacio Zuloaga

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En el corazón de la isla que lo vio nacer el cuatro de octubre de 1880 no se conoce al patriarca de la multimillonaria saga financiera por su nombre sino por el pseudónimo de En Verga, que alude a la vara con la que su familia acarreaba los cerdos de la localidad de Santa Margalida. En este pueblo ubicado al norte de la isla y encerrado en sí mismo, todavía impresiona el caserón que se erige en una de las esquinas de su plaza. Pese a su aspecto decadente e inhóspito, las fauces de un león se asoman desafiantes en su puerta principal agarrando con todas sus fuerzas una llave rematada por una 'J' que desvela la identidad de su primer propietario.

Juan March Ordinas vivió con su esposa Leonor Servera en la que todavía hoy es una de las casas más importantes del pueblo hasta que huyó dejando el inmueble en el mismo estado en el que se encuentra hoy. Con la primera oficina de la Banca March en sus bajos y las dependencias repletas de armarios con cajones de doble fondo. En Verga despuntó desde niño en este pueblo por su capacidad innata para sacarle partido a todo cuanto se cruzara a su paso.


 Leonor Servera

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Vendía a los chicos más mayores caladas de cigarrillos a razón de cinco céntimos cada una y comerciaba con cuanto caía en sus manos, ya fueran hilos, clavos o botones, desarrollando una facilidad deslumbrante por las matemáticas y revelando una capacidad innata para ganar dinero.

Se alió pronto con una de las familias más importantes de Santa Margalida, los Garau, y comenzó a ejercer con ellos la actividad más lucrativa de cuantas se desarrollaban en Baleares en esa época: el contrabando. De sus paisanos aprendió las claves de un oficio que abastecía a la Islas de bienes de primera necesidad y que florecía en el Mediterráneo gracias a las fábricas de tabaco mallorquinas radicadas en Argel. Hasta que un buen día un hallazgo casual dio un vuelco definitivo a su vida y disparó para siempre su irresistible ascenso.

"Mis deseos serían que uno estuviera con el otro, que dos corazones fueran solo uno, que me amases…". Leonor Servera se declaraba con estas palabras en 1915 a uno de los jóvenes más apuestos de la localidad, Rafael Garau, hijo de los socios de su marido. Las pruebas, en forma de cartas de amor, las escondió en su propia casa, convencida de que su marido, siempre de viaje a Argelia, nunca accedería a su contenido. El cadáver de Garau fue encontrado cosido a puñaladas en Valencia la madrugada del 29 de septiembre de 1916. No hizo falta juicio ni la práctica de una sola diligencia. El pueblo en pleno se giró contra March al grito de "asesino" y provocó su huida inmediata. March abandonó su pueblo señalado por todos sus vecinos, dejó las llaves puestas y sus pertenencias intactas, pero juró venganza y lanzó una advertencia premonitoria: "Volveré cuando sea el hombre más rico del mundo". Y en ello empleó el resto de su vida.


Rafael Garau

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En Verga, al que siempre acompañó la sombra de este crimen, aplicó las reglas del contrabando del hambre de Mallorca para crear en tiempo récord la mayor compañía que conocieron los tiempos. Estableció su propia fábrica de tabaco en Argel, se hizo con el monopolio del negocio en Ceuta y Melilla y labró un imperio con el que acabó arruinando a la mismísima Tabacalera. El tabaco que se fumaba en España era de March, porque era el más barato y el de mayor calidad.

Controló el tráfico marítimo tras crear Transmediterránea, suministró armamento a los submarinos austríacos durante la Primera Guerra Mundial, ejerció de espía para España y contra España y atesoró tal grado de poder e influencia que llegó a controlar las relaciones internacionales y al Estado en pleno.


Juan March Ordinas

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Francesc Cambó le bautizó como "El último pirata del Mediterráneo", arrancándole del anonimato, y con este apodo salió a la venta en 1934 su primera biografía, obra del escritor gallego Manuel Domínguez Benavides. Este libro, que fue secuestrado por el propio March, le presentaba como "el ladrón del dinero y de la conciencia del país" y como un hombre al que guiaba un único lema: "Diners o dinars" -–comida o dinero-. Bajo el pseudónimo de Juan Albert, el protagonista exponía su particular modus operandi.

" - Hay que convencer al ministro para que firme esa concesión.

- Imposible, don Juan. Se trata de un hombre íntegro.

- Se le corrompe.

- Rechaza el dinero.

- Quizá le gusten las mujeres.

- Es un hombre casto.

- Tendrá un hijo perdulario.

- Ahora recuerdo.… He oído que su padre dio en quiebra.

- Ya es nuestro".

Siempre "diners o dinars". Hasta el extremo de que cualquier mandatario tenía que pactar con él para gobernar. Jaime Carner, ministro de Hacienda del segundo gobierno de Manuel Azaña, lo dejó muy claro: «O la República somete a March o March someterá a la República». Por ello, y con un procedimiento judicial repleto de irregularidades mediante, Juan March ingresó en prisión en junio de 1932. Pero no fue en los negocios sino en la cárcel donde forjó definitivamente su leyenda al fugarse del centro penitenciario de Alcalá de Henares tras sobornar al carcelero.

de España al financiar años después con lingotes de oro el Alzamiento Nacional y pagó de su bolsillo las 1.019 libras esterlinas y cuatro chelines que costó el alquiler del Dragon Rapide, el avión que llevó a Franco de Canarias a Marruecos en 1936. Gracias a la intervención decisiva de March, España no entró en la Segunda Guerra Mundial a favor de Alemania tras sobornar a los principales generales de Franco al mismo tiempo que intimó con Wilhem Cannaris, jefe de los espías de Hitler.

March se despidió dando un golpe póstumo. Consumó un último acto de piratería al hacerse con la Barcelona Traction, a partir de la que creó FECSA, y se despidió, tras cumplir su promesa de ser el hombre más rico del mundo, sin haber podido adquirir lo único que no podía comprar con dinero: su honor. Creó la Fundación Juan March, a la que donó 2.000 millones de pesetas en su lecho de muerte para ser recordado como un filántropo y no como un contrabandista y pidió a sus hijos, Juan y Bartolomé, que lucharan por el "recuerdo perenne de su memoria".

Junto a esta petición les dio un consejo: que el silencio y la discreción presidiera todos los actos de su vida. Esa fue la clave de su éxito y lo que hace que su peripecia vital siga siendo uno de los grandes misterios de nuestra historia reciente».

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Un crimen en la familia March

«Noventa años después el recuerdo todavía aldabonea con fuerza las conciencias de los vecinos de Santa Margalida. En este pueblo perdido en el interior de Mallorca, escorado hacia el noreste de la isla, inundado de almendros, fracturado por inexpugnables paredes de marés y ubicado a diez kilómetros de la playa más cercana, la paradisíaca Son Serra de Marina, todos callan. Pero nadie olvida. En una de sus empinadas calles, la de La Salle, nació en el seno de una acomodada familia de tratantes de cerdos Juan March Ordinas en 1880.

En este municipio elevado sobre un páramo poblado por 3.500 habitantes al que se tarda en llegar desde Palma más de una hora entre carreteras mal asfaltadas y peor señalizadas, no existe hoy ni una sola referencia. Tampoco una placa. Ni tan siquiera el nombre de una calle en honor a su vecino más importante y al mallorquín con más trascendencia de la Historia. Ni se le menta. Como si no hubiera existido jamás [...].

Ni siquiera la céntrica calle March del municipio fue bautizada así pensando en el magnate sino en sus antepasados paternos. De Juan March Ordinas, ni una sola palabra. Ni la más mínima referencia. El silencio más hueco, más ensordecedor [...].

Santa Margalida también es la cuna de sus históricos socios en el contrabando de tabaco en Argel. Los miembros de la familia Garau fueron los primeros que se atrevieron a cruzar el charco que separa Mallorca del continente africano en busca de la preciada mercancía que introducirían durante décadas en la isla con una audacia que asombró a todos sus paisanos. El camino que emprendieron lo siguió un joven Juan March al que acogieron en el negocio como uno más. Al que no dudaron en convertir en copropietario de la compañía tabaquera y al que enseñaron las claves de un oficio que le convertiría en multimillonario.

Desde un principio March y Garau marcaron las distancias entre ellos y se dividieron las áreas del negocio, prueba de la desconfianza que se profesaban mutuamente. El primero se encargaba de la labor más arriesgada: la introducción y distribución de la mercancía, en su inmensa mayoría tabaco, por todo Mallorca. Eludiendo al mismo tiempo y a partes iguales aranceles y carabineros. El segundo se reservó el suministro de la materia prima de la que se nutría la organización. [...]. El cuartel general de la sociedad del pueblo de March se ubicó en el número 8 de la calle León Roches, en el barrio de Badel-Oued, y registraba tal actividad que los periódicos mallorquines de la época informaban sobre ella [...].

Pero todo cambió la noche del 29 de septiembre de 1916 en las calles de Valencia. Aquel día, Rafael, uno de los jóvenes más codiciados por las féminas del pueblo, el playboy de la Santa Margalida de principios de siglo, caía desplomado con la mirada perdida después de que dieciséis puñaladas cosieran su cuerpo acabando con su vida. Tenía un rostro inconfundible. Las cejas muy pobladas, los labios carnosos, la nariz contundente, una cabellera negra, tupida, con la raya a un lado y una mirada aparentemente amable. Vestía corbata con aguja y zapatos de charol. Guardaba en su cartera una auténtica fortuna para la época, 900 pesetas, y le contemplaban tan sólo 23 años.

"Santa Margalida todavía vive enfrentada, dividida, por Juan March", cuenta el que ha sido durante los últimos años alcalde del pueblo por el PP, Antoni Del Olmo. "Aquí existen dos bandos, uno que todavía le defiende y otro que calla" [...]. "Los Garau me hicieron llegar que si se me ocurría en algún momento nombrar hijo ilustre a Juan March, iba a haber lío. Me advirtieron de que ni se me pasara por la cabeza. Si hoy el Ayuntamiento adoptara esa decisión habría una oposición rotunda, muy dura en el pueblo", explica el ex primer edil popular.

Y no son los celos los que remueven las conciencias de este pueblo que vive, como lo hace el resto del interior de Mallorca, en el interior de sus moradas. Con las calles desiertas y las persianas cerradas. Es la sed de venganza. El motivo que todavía recorre y agita el recuerdo lo apunta Del Olmo con su voz quebrada. "Se dice que Garau era el amante de la mujer de March y que por eso lo mataron. El hecho de que lo asesinaran y de que March pudiera estar detrás levantó un odio hacia él que le llevó a no volver a pisar Santa Margalida. De hecho, para ir a Cala Rajada -enclave en el que March levantó uno de sus palacios, Sa Torre Cega-, daba una vuelta para no pasar por aquí. Y desde entonces sus descendientes no han regresado". Tal es el deliberado desarraigo de la familia que la vivienda que recibió como regalo de bodas el financiero se mantiene sin que los March hayan puesto un solo euro de su bolsillo. Su ayuda ha sido requerida en innumerables ocasiones por parte de sus parientes, los Monjo March.

Pasto del olvido

Han enviado requerimientos a la Banca March; a la Fundación Juan March; a la Corporación Financiera Alba; y a la Fundación Bartolomé March. No les ha quedado una instancia a la que dirigirse. La respuesta, el vacío [...]. En uno de los extremos de la apacible plaza del pueblo todavía subsiste el caserón un siglo después. Decadente, desconchado, cerrado a cal y canto, pero orgulloso todavía de seguir siendo uno de los más grandes de Santa Margalida [...]. Se abre con la misma llave que antaño. Larga, pesada e inconfundible. En su extremo, una jota, la inicial del nombre de pila de su primer morador.

Una vuelta completa en dirección a las agujas del reloj y 'clack'. A la primera. En el interior, se asoman decenas de estancias. Los techos, altísimos, están recorridos por vigas de madera. La planta baja preserva en uno de sus extremos, con salida a la calle, la habitación y el mobiliario de la primera oficina de la Banca March, bautizada inicialmente como Banca Juan March.

El mueble que hacía las veces de mostrador, conserva los arañazos de las monedas. Los atriles de los bancarios, los libros de cuentas, los artesonados del techo, los primeros uniformes de los empleados con una B en una de las solapas y la M en la opuesta.

Todo, absolutamente todo, yace a su suerte. El intencionado desarraigo ha llevado a los nietos del financiero al punto de retrasar 11 años la fecha de la creación de la Banca March que ahora gobiernan. El origen del banco -el décimo de España y el principal accionista de la Corporación Financiera Alba, el brazo inversor de una fortuna cifrada oficialmente en más de 2.000 millones de euros- pasa ineludiblemente por la Santa Margalida de 1905. Durante el mes de mayo, Juan March abrió al público allí, en su propia casa, la primera sucursal, en la que otorgaba préstamos al 4% de interés. Así lo atestiguan las inscripciones de los muebles y los primeros libros de contabilidad, rellenados por Juan March de su puño y letra, y conservados en el interior de la possessió. Sus nietos Carlos y Juan March Delgado han optado, sin embargo, por borrar de un plumazo la etapa inicial y datan el nacimiento del banco el 1 de abril de 1926, cuando se instaló oficialmente en el 17 de la calle San Miguel de Palma.

Cuando puso el contador de su vida a cero en un edificio conocido como Can Gallard des Canyà y que comenzó a habitar March tras mudarse con lo puesto apenas un año después de su éxodo [...].

Armario con doble fondo

En el interior del caserón de Santa Margalida los muebles luchan en solitario contra el paso del tiempo. Se fosilizan las flores de los azulejos originales de la cocina. Una vitrina preserva intactas las vajillas originales. Los armarios, las sábanas y las mantas que utilizó el matrimonio March-Servera, siguen en la misma posición en la que se quedaron. Sus pliegues, acartonados para la eternidad. [...] A un lado, el armario personal de Juan March. Casi tres metros de alto por dos de ancho. Hecho a medida.

Las iniciales de su dueño, en la parte superior, para que no quepa ninguna duda de a quién pertenece. Abierto de par en par se presenta repleto de cajones con doble fondo. De láminas de madera extraíbles que dan paso a compartimentos clandestinos. Escondites por todas partes. Por lo que pudiera pasar [...].

El ex alcalde Antoni Del Olmo intentó durante su mandato cambiar el curso de la historia estrechando su mano, la de sus conciudadanos, a la familia March. Un siglo después. El marco escogido por Del Olmo para formalizar su ofrecimiento fue el homenaje al que califica como "el hijo más ilustre del pueblo": el intelectual Joan Mascaró Fornés, apadrinado por los March. [...]

El acto se celebró en la sede de la Banca March y al término del mismo, Del Olmo aprovechó la confianza que le dispensó Carlos March al acompañarle hasta la puerta. En el hall de entrada del banco, el entonces alcalde dudó un instante pero acabó abordándole. "Le dije que la relación con el pueblo era nula y que a ver si se podía hacer algo", explica De Olmo.

"Me contestó que sí, que ya hablaríamos, que ya se pondría en contacto conmigo, pero nunca volví a saber nada". Sin embargo, el primer edil no se rindió a la primera. Cursó oficialmente una invitación a Carlos para que diera el pregón de las fiestas del pueblo. Le envió una carta en la que le ofrecía las festividades patronales para restablecer las relaciones. Esta vez sí recibió una contestación. Un tarjetón en el que el banquero se disculpaba amablemente escudándose en la supuesta coincidencia de una serie de compromisos absolutamente ineludibles.

La causa del distanciamiento, del miedo a echar la vista atrás, no se encuentra ni mucho menos en el oscuro origen de la fortuna de Juan March. [...] El distanciamiento de los March y el odio que bulle en el corazón de buena parte de los vecinos no se materializa en ninguna condena judicial. Tampoco en el resultado de ninguna investigación policial o administrativa.[...]

Casi un siglo después la autoría material o intelectual del crimen oficialmente continúa siendo una incógnita. No obstante, desde el primer momento, instantes después de que el cuerpo del joven Garau yaciera sin vida en las inmediaciones del valenciano Camino del Grao, los dedos acusadores de la rumorología señalaron inmediatamente a la figura enjuta de March.

La opinión pública se posicionó al momento a favor del carácter abierto y populista del apuñalado frente al reservado y enigmático del presunto culpable. Las últimas palabras de Garau, "m'han mort; mals amics (me han matado, malos amigos)...", escuchadas por un testigo presencial y reflejadas en el sumario judicial incoado tras el suceso, desataron la maledicencia. La sorpresiva sustitución del juez instructor alimentó todavía más la leyenda [...].

Inmediatamente ganó enteros la posibilidad de que el móvil del crimen se escondiera detrás de los devaneos amorosos de este galán de principios del siglo con doña Leonor Servera Melis, la mismísima esposa de Juan March Ordinas. Cogió decididamente las riendas del caso el magistrado Antonio Delgado Curto. Un mes más tarde y después de tomar las primeras declaraciones avanzó que en breve daría a conocer datos reveladores. "Estamos pisando firme", declaró a un diario local. Apenas unas horas después de publicarse sus palabras, se acordó su traslado de Valencia y su sustitución por un compañero. [...]

A la vista del interés de las autoridades por dar carpetazo al caso, la misma familia Garau sustituyó por su cuenta a la figura del Ministerio Público y formuló un escrito de acusación que mantiene vigente a día de hoy. La sociedad de capital íntegramente mallorquín que tan buenos resultados económicos había arrojado desde que se creó en 1909 fue disuelta mediante escritura pública ocho años después. De nada sirvió que el presunto culpable se prestase voluntariamente a colaborar con la Justicia para esclarecer el caso. Que se encargara personalmente de la organización de los funerales del hijo de su socio. "De las possessions salía la gente al paso del coche fúnebre", relata el ahijado y sobrino de la víctima. Josep Fluxà recuerda que no cesaron los gritos de "asesino, asesino" al paso de Juan March en dirección al cementerio.

Unas voces que no se acallaron hasta que se enterró el cadáver de la víctima y cuyo eco resuena todavía con fuerza en los alrededores del camposanto [...].

Casi un siglo después la certeza que ha señalado a Juan March como el indiscutible cerebro del asesinato de Garau se ha acrecentado con el hallazgo de una decena de misivas encontradas en la casa pairal. Unos documentos que certifican que March fue engañado por su mujer con Garau. "...Mis deseos serían que uno estuviera con el otro, que dos corazones fueran sólo uno, que me escuchases en mis súplicas, que me amases...", le escribía Leonor a Rafael, mientras tomaba todo tipo de precauciones.

"Deseo me contestes pronto y debo decirte que si algún día te tuvieras que marchar a un sitio u otro me lo escribas y me dejes la carta dentro del cuarto encima del sofá, debajo del tapete para yo enterarme" [...]. Hasta que las precauciones no fueron suficientes y March se percató de lo que estaba ocurriendo. "El día de fiesta fue una atrocidad diciéndome (Juan March) que ya no hay nada que hacer, que yo le he faltado, que me ha perdido la confianza y muchas cosas que no me atrevo a explicar. Tanto y tanto me dijo que yo no podía más y le dije que no quería estar más con él y él me contestó que si así lo hacía, mejor para él. Yo cegada del todo me levanté y me vestí para marcharme. Serían cerca de las 11.15 de la noche. El al ver mi decisión me rogó que no lo hiciera... Ahora ya está todo en marcha, lo sabe. Te suplico tengas cuidado en recoger las cartas, desearía que guardases todas las cartas para entregármelas y ten cuidado con todo... Se despide la que siempre será tuya, Leonor".

La huida permanente

Episodios como el de Santa Margalida han moldeado el carácter de la familia March. Desde su patriarca a los miembros de la tercera y cuarta generación. Cuando March murió en 1962 legó a sus descendientes una de las más importantes fortunas del mundo. Entre la cuarta y la séptima, precisan los historiadores. A su cargo se encuentran ahora Carlos y su hermano Juan, hijos del mayor de los vástagos de En Verga, como se le conocía en Mallorca. Copresiden un imperio que gravita sobre la Banca March y la Corporación Alba y hunde sus tentáculos en gigantes como Acerinox, ACS o Prosegur.

Pero de una manera calculada. Estando sin estar. Cultivando la discreción y el oscurantismo como una extraña forma de vida. Casi como una religión. Atenazados por el origen de su fortuna y los episodios que jalonan el pasado de su abuelo. Llegando a vivir en una constante huida. Pero ya no de los carabineros o del fisco como lo hiciera March Ordinas sino de la sombra que éste sigue proyectando sobre ellos.

Carlos y Juan han convertido un mesón mallorquín, Casa Juanito, ubicado en la calle Aragón de Palma, en su favorito porque pueden acceder a él por la puerta de atrás, sin que nadie les vea. Y velan a sus difuntos un día después cuando ya no queda nadie en el Cementerio de Palma. [...] Los March esperan cada 2 de noviembre a que abandonen el lugar los últimos rezagados, a que los empleados de la empresa funeraria municipal rematen su faena. Dejan pasar calculadamente la mañana y a la una en punto hacen acto de presencia. Una procesión de vehículos irrumpe con los motores al ralentí en la avenida principal del camposanto.

La escena, vista discretamente desde una de las lomas del cementerio entre el bosque de lápidas, tiene aspecto de reunión clandestina, de cita al margen de la ley. Los chóferes, de riguroso negro, se bajan para abrir las puertas traseras. Descienden ellos, los familiares, sigilosos. Al menos una decena de miembros entre padres, tíos, nietos y abuelos, enfila la escalinata. La estampa destila una elegancia contenida y un lujo comedido. Destaca la hechura de los trajes a medida de los caballeros; los atuendos de las mujeres; la sobriedad imperante.

Los saludos iniciales casi se evitan. Se reducen a un lenguaje gestual casi imperceptible para el común de los mortales. Una vez dentro de la cripta un empleado de la Banca March cierra con sumo cuidado el portón de acero [...] Un acto simbólico en el que rinden cuentas al patriarca e intercambian, cada uno en su más estricta intimidad, sus confidencias con él. Profesándole un respeto mucho mayor que si permaneciera con vida y dispusiera todavía el poder que llevó a todos los gobiernos de España a tener que pactar ineludiblemente con él».

Los March. La fortuna silenciosa

Esteban Urreiztieta

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