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domingo, 4 de noviembre de 2018

La Escuela de Flechas Navales en el chalet de Blasco Ibáñez

La Escuela de Flechas Navales en el chalet de Blasco Ibáñez

«Pasando la línea de los chalets al final de la playa estaba Casa Carmela junto a una villa pompeyana que era, según se decía, del escritor Blasco Ibáñez aunque ahora estaba medio abandonada después de haber sido incautada por la Falange y en ella campaban juntos los últimos Flechas Navales y los primeros gitanos».

Tranvía a la Malvarrosa

Manuel Vicent

«Las flechas Navales instalaron en «La Malvarrosa» su Escuela. En la Prensa se publicó que gracias a las buenas gestiones del señor Gobernador Planas de Tovar se había conseguido una magnífica finca para la Escuela.

El jardín, que tantos recuerdos guardaba para mí, fue arrasado y convertido en un campo de fútbol, el opio que Franco dio a su pueblo. Las cariátides de la terraza pompeyana fueron suprimidas, quizá por considerarlas inmorales, así como también las estatuas del jardín.


http://particulasdelpasadodevalencia.blogspot.com/2017/10/escuela-de-flechas-navales.html?fbclid=IwAR1P1N5sfGFtScWaEmEVemusJ6W4skgaaIXA1mGhEvpCu7zNnYq0tyQvbw8

Como es natural, toda la distribución interior de la casa fue modificada. La galería pompeyana quedó cerrada por muros con ventanas y lo que fue la casa de un gran artista se convirtió en un cuartel. Allí estuvieron Flechas Navales sin pagar un céntimo veinte años, desde enero de 1942 hasta el 21 de febrero de 1962, año en que quedó terminada la nueva Escuela en el puerto de Valencia, y a donde se trasladaron, abandonando los restos de «La Malvarrosa» con todos los cristales rotos, los dos pararrayos arrancados, el pozo artesiano destruido y un destrozo general que daba pena verlo.

A mi vuelta del exilio, después de treinta y seis años, un día me armé de valor y fui a ver «La Malvarrosa»; me hizo el efecto de que el caballo de Atila había galopado sobre ella.


http://particulasdelpasadodevalencia.blogspot.com/2017/10/escuela-de-flechas-navales.html?fbclid=IwAR1P1N5sfGFtScWaEmEVemusJ6W4skgaaIXA1mGhEvpCu7zNnYq0tyQvbw8

Cuando, por fin, se fueron los Flechas Navales obligaron a mi hijo a firmar un documento en el que se lavaban las manos de los destrozos producidos en la finca, afirmando que, mientras habían hecho el traslado a la nueva Escuela, habían entrado unos maleantes, destrozándolo todo. Como es natural, mi hijo, antes de exponerse a volver a la cárcel por segunda vez, firmó. La lectura de dicho documento hace reír, por no llorar. ¿Cómo es posible que unos maleantes pudieran en unas horas modificar la estructura de una casa, arrasar un jardín y cegar un pozo artesiano?


Los Flechas Navales haciendo gimnasia frente al chalet de Blasco Ibáñez

http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com/

Fue nuestra otra vez «La Malvarrosa», pero había quedado inhabitable y no podíamos volverla a su primitivo estado, pues para ello se necesitaba un capital de que carecíamos».

Libertad Blasco - Ibáñez Blasco

Revista "Blanco y negro". 19 de octubre de 1977

El chalet de Blanch

Luis Blanch García, nacido hacia 1866, compró un solar en la Malvarrosa en 1923. Era un solar grande, de 897 metros y con una fachada de 15'6 metros. Cogía desde la Avenida de la Malvarrosa hasta Antonio Ponz, a lo largo de la actual calle Fuente Encarrós. Es decir, lo que fue el Colegio María Carbonell y ahora es la Universitat Popular. Era contratista de obra, profesión más que suficiente en la época para destacar entre sus vecinos, que lo recuerdan como "un señor de porte", con carruaje y varias doncellas.

Durante la Guerra Civil se habilitó en él una pequeña cárcel para mujeres.

Acabada la guerra fue comprado por la Falange como " sucursal" del ocupado chalet de Blasco Ibáñez. Se usaba como dormitorio de algún profesor o de algunos otros falangistas, sobre todo los internos o los que venían de campamento durante los veranos.

Historia de la Malvarrosa

Antonio Sanchis Pallarés


Falla Malvarrosa junto al chalet. Años 50

http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com/

Los niños calafates de La Malvarrosa

«A la profunda verdad dorsiana de que la enfermedad propia de las civilizaciones muy complicadas es perecerse por los encantos de la inocencia, corresponde aquella deliciosa chuscada con que Benito Mussolini explicaba a Rene Benjamín la pasión demográfica de un régimen que a casi todos dio el chasco.

En Roma se veían entonces tantos bebés mirando .el limpio cielo .tumbados en sus coches, que el himno nacional parecía resonar más a sonajero que a trompeta. Y aquel hombre fuerte—¡válgame Dios!-— pasó revista desde arriba al gran despliegue y pululación municipal de "chachas", y dijo como un padre contento:

—El niño enriquece al país. El niño es un formidable consumidor que lo destruye todo. Destruye sus libros, sus vestidos, sus juguetes... Y, además, come.

Si después, en las postrimerías de la guerra, los niños han ascendido hasta la categoría de objetivo militar, carne de bombardero y brazo armado de la patria, ello sería culpa de una economía industrial que se puso a fabricar balas donde antes confeccionaba perinolas. Entre ambas soluciones del niño, la del que hace la gloria del bazar y la del que puebla la Caja de Reclutamiento, hay una versión española de nuestro tiempo, que consiste en tomarlo apenas empieza a ser un pequeño hombre complicado; darle en serio la herramienta, el morral a la intemperie, el cantar y la lección en que la Historia y la vida resultan un jarabe amargo para personas mayores; y hacer que el halda de la madre le dé permiso para tenerse derecho hasta entrar en quintas. Así resultan unos niños atléticos, camperos y aeromodelistas. Autárquicos, en cuanto fabrican sus propios juguetes, libran a la infancia de esa doliente expectativa que hace tan triste a la Pedagogía, convierten la niñez en un escalón viril previo a la plenitud de derechos y angustias. Y, además, comen. Si luego resultaran unos hombres zangolotinos, pedantes y furisos, habría que echar la culpa a la tenacidad del pecado original y no al Frente de Juventudes.



Pues en una mañana de primavera he visto casi doscientos chicos vestidos de marineros ocupando muy afanados con lo suyo el palacete que Blasco Ibáñez habitó en la playa valenciana de la Malvarrosa. Lo suyo es algo así como una sucursal infantil de toda la gran diversidad del mundo marítimo, desde el vuelo de la nube a la profundidad del bentós, pasando por la criatura, y rey de las aguas que es el vapor. Subí de prisa por aquélla escalera que tantas veces asaltó de tres en tres escalones la tormentosa vitalidad del novelista, y en un corte vertical de la deleitosa vivienda contemplé: un sacerdote joven enseñando a los niños el modo de estar a solas con Dios en la problemática quietud de los mares; pues siendo tan propia de los profesionales del mar la condición "espirituosa y tediosa, sólo la piedad podrá estabilizarlos en las borrascas de la soledad y en las marejadillas de puerto. En el piso de más abajo asistí a la clase de electricidad marítima, a la de matemáticas y navegación. Por la ventana entraba, con la mañana, azul y verde, un rumor de olas, de pájaros y árboles gigantescos. Las voces de aquellos pilletes de ribera se abrían como para dectr un taco, y hablaban de derivas, de reostatos y turboalternadores. Resultaban lenguas de ingeniero. El profesor, técnico y curtido como el maquinista de un navio, les explicaba con logaritmos amenos, si los hay, la piratería de la "onda negativa", el potente cachete de la hélice contra eloleaje. Los niños, absortos, bebían literalmente la lección. Nunca creí que el mundo maravilloso del filibustero y la sirena pudiera enseñarse con raíces cuadradas.

En la planta baja funcionaban los talleres. Bajo la dirección de un maestro joven, con perfil de piloto, allí trabajaban, reconcentrados y estrepitosos, el chaval que talla una goleta con el mismo sentido de responsabilidad que si armara el "Normandie", el aprendiz que tornea un cojinete y gana ya su jornal diario, y el niño-artesano que dibuja, forja, embraga y esmerila una pieza de acero para que la Unión Naval de Levante se la coloque en serio a un barco grande. Calafates, patrones, cantantes, señaleros, aquellos príncipes astrosos en la aclocracia del Cabañal eran en la Malvarrosa unos ciudadanos asombrosos, y la casa del novelista vibraba junto a la mansedumbre de las olas hecha un arsenal azul,, donde gruñía contento el cachorro marítimo de España.

De sus padres, los cargadores del puerto, los peones pobres, supe, por lo que ellos mismos me dijeron, que, aunque se hundiera España, no querrían ver a los chicos en otra parte. Como en la teoría fluyente de la Física de Heráclito, el polvo del tribuno Blasco, que llegó a cegarles los ojos, se había convertido y reintegrado a la Patria, sin morir en aquellas poleas, naves y banderas. "Visantet", el que fastidió a España porque la amaba, llora y sonríe desde su vejez lejana, más allá de las nubes».

José Antonio Torreblanca

ABC 15 de agosto de 1945

domingo, 15 de mayo de 2016

Finca "La Malvarrosa". Cuarta parte

«Las flechas Navales instalaron en «La Malvarrosa» su Escuela. En la Prensa se publicó que gracias a las buenas gestiones del señor Gobernador Planas de Tovar se había conseguido una magnífica finca para la Escuela.

El jardín, que tantos recuerdos guardaba para mí, fue arrasado y convertido en un campo de fútbol, el opio que Franco dio a su pueblo. Las cariátides de la terraza pompeyana fueron suprimidas, quizá por considerarlas inmorales, así como también las estatuas del jardín.


http://solerdos.blogspot.com.es/

Como es natural, toda la distribución interior de la casa fue modificada. La galería pompeyana quedó cerrada por muros con ventanas y lo que fue la casa de un gran artista se convirtió en un cuartel. Allí estuvieron Flechas Navales sin pagar un céntimo veinte años, desde enero de 1942 hasta el 21 de febrero de 1962, año en que quedó terminada la nueva Escuela en el puerto de Valencia, y a donde se trasladaron, abandonando los restos de «La Malvarrosa» con todos los cristales rotos, los dos pararrayos arrancados, el pozo artesiano destruido y un destrozo general que daba pena verlo.

A mi vuelta del exilio, después de treinta y seis años, un día me armé de valor y fui a ver «La Malvarrosa»; me hizo el efecto de que el caballo de Atila había galopado sobre ella.


Pinterest

Cuando, por fin, se fueron los Flechas Navales obligaron a mi hijo a firmar un documento en el que se lavaban las manos de los destrozos producidos en la finca, afirmando que, mientras habían hecho el traslado a la nueva Escuela, habían entrado unos maleantes, destrozándolo todo. Como es natural, mi hijo, antes de exponerse a volver a la cárcel por segunda vez, firmó. La lectura de dicho documento hace reír, por no llorar. ¿Cómo es posible que unos maleantes pudieran en unas horas modificar la estructura de una casa, arrasar un jardín y cegar un pozo artesiano?

Fue nuestra otra vez «La Malvarrosa», pero había quedado inhabitable y no podíamos volverla a su primitivo estado, pues para ello se necesitaba un capital de que carecíamos. Años más tarde, resuelta la cuestión económica, nos interesó más a mi hermano Mario y a mí construir un monumento a nuestro padre en el cementario civil, como más adelante explicaré.

A mediados del año 62, un sacerdote del Patriarca se puso en comunicación con nosotros para rogarnos le dejáramos albergar una familia de gitanos en lo que quedaba de «La Malvarrosa», ya que a los pobres los echaban del solar en que vivían hacía años, para construir una finca. 



http://www.cervantesvirtual.com


No tuvimos inconveniente de hacer una obra de caridad, pues aquella casa ya no era la de nuestros padres, sino una ruina, y por lo menos que sirviera para acoger a unas pobres gentes. Allí se trasladaron y a los pocos días de llegar nació una churumbela que tuvo que ser lavada con agua del mar.»

Libertad Blasco - Ibáñez Blasco

Revista "Blanco y negro". 19/10/77

domingo, 8 de mayo de 2016

Finca "La Malvarrosa". Tercera parte

«En 1939 tuvimos que exiliarnos. El Tribunal de Responsabilidades Políticas se incautó de todos nuestros bienes,dejando, inexplicablemente, libre «La Malvarrosa». Hasta que un día de 1941 fue a ver a mi yerno Vicente Asensi Genovés, un delegado de Flechas Navales, a pedirle que le alquilara o cediera «La Malvarrosa» para instalar allí la Escuela de dichas Flechas Navales. Mi hijo político le hizo saber que aquella finca era para recreo de la familia y que nunca se había pensado en alquilarla a nadie.


Escuela de los Flechas navales en el chalet de Blasco
ABC 15/08/45

A los pocos días, el gobernador de Valencia, señor Planas de Tovar, al cual eI pueblo le puso por mote «Ganas de Estorbar», mandó llamar a mi hijo. En aquella época, todo aquel que no era adicto al régimen franquista sabía que una llamada de esta clase suponía una detención y no había más que resignarse, pues era imposible la huida. Así, pues, temiendo lo peor, se personó en el despacho del gobernador, el cual lo recibió con gran violencia, teniendo encima de la mesa del despacho una cachiporra y un «boxer», y ante el asombro de mi yerno, que era completamente apolítico, le reprochó el que se hubiera opuesto a los grandes designios del glorioso Movimiento y, por tanto, quedaba arrestado en los calabozos.


Acto conmemorativo del IV Centenario de Luís Vives, organizado por el Instituto de España, celebrado en el Salón de plenos del Ayuntamiento de Valencia. 03/06/40. El gobernador Tovar, segundo por la izquierda
http://www.unav.es/

Allí permaneció varias semanas, a donde iba mi hija diariamente a llevarle la comida, sin comprender el porqué de la detención de su marido. Llevaban casados diecisiete días. Uno de ios guardias de la puerta, quizá cumpliendo órdenes o quizá compadecido de su afligida juventud, te dijo confidencialmente a mi hija que, mientras no entregase la llave de «La Malvarrosa», no soltarían a su marido y que pasado un tiempo reglamentario deberían trasladarlo de los calabozos de Gobernación a la cárcel, donde quedaría fichado y sería más difícil el sacarlo. Como es natural, mi hija, al día siguiente, entregó la llave en la secretaría de Gobernación, en donde con rabia la tiró encima de la mesa diciendo que se negaba a firmar ningún documento.


Fachada principal del chalet de la Malvarrosa
http://www.cervantesvirtual.com/

Días después fue puesto en libertad mi hijo, digo mi hijo, pues así lo consideré siempre y lo quise tanto o más que a mis propios hijos; cumpíió el resto de la condena en su domicilio y teniendo que pagar una multa de 5.000 pesetas, que en aquel tiempo era una cantidad respetable, teniéndose que empeñar por no disponer de recursos económicos.

Todo esto quedó reflejado en la Prensa de la época, y el suelto entonces publicado decía que al señor Vicente Asensi se le multaba con 5.000 pesetas por haber hablado mal del Movimiento.»

Libertad Blasco - Ibáñez Blasco

Revista "Blanco y negro". 19/10/77

Las Arenas. Año 2000. Galería fotográfica 03

Las Arenas. Año 2000. Galería fotográfica 03 Levante EMV