domingo, 10 de marzo de 2019

Josefa Barberá Giner, "Pepica la Pilona"

Josefa Barberá Giner, "Pepica la Pilona"

«El cine es... el cine típico de barrio. Aquí ví mis primeras películas, y aquí las han visto mis hijos. Ni ha variado el aspecto de la sala, ni la “clientela”. Ni las películas. Ayer de vaqueros, hoy de marcianos y gansters, siempre proyectadas con el fondo musical de las cortezas de cacahuetes, el niño pequeño que llora, y la ingenua participación en la acción de la pantalla del respetable, que despierta las iras de los mayores cuando se entusiasma con el “bueno” o apostrofa al “malo” de turno.
 

 
¡Mis diez años!, ¡Que lejos, Señor...!. Mis hijos ya empiezan a ir a otros cines, ya no tiene el Imperial el embrujo mágico de un par de años atrás, cuando para ellos era algo maravilloso, la puerta al mundo de la aventura.

Pepica, “La Pilona” (1) está allí. Comiendo cacahuetes y bebiendo tragos de una botella de zarza que deja en el suelo a su lado.

"Hola Pepica, ¿Cómo estás?"

"Jo bé, fill meu. A vore el cine y a berenar. ¿No vols?"

 
Pepica "la Pilona" en el carrer Font d'Encarròs. Malva-Rosa


http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com.es/ 
 
¿Cuántos años tiene Pepica “La Pilona”?. Ni lo sé ni me importa. Para mí es eterna. La conocí de niño como ahora, vestida de negro, con su pelo estirado, su motete siempre tieso, sus modales desgarrados, su lengua viperina en la que el lenguaje marinero más crudo adquiere nuevas facetas, con increíbles retorcimientos del insulto, que en ella alcanza límites sublimes cuando la provocan, y esto es muy a menudo.

"A mi m’agrada molt el cine, ¿saps?. I sempre vinc al Imperial. No perque no puga anar als atres cines, pero m’agrá este. ¡Mira! ¡Sinverguensa!. Ara voras cuant vinga el xic. Te té que fer la cara com tres en ralla. ¡Granuja!."

 
Ella sigue la película con emoción infantil. Yo la miro y recuerdo.

Ha vivido muchos años en una barca vieja, la tengo en casa pintada a la acuarela, regalo de un buen amigo, una barca destartalada, varada en la playa. No sé porque, aquella barca me recordaba la de la “seña Tona”, de “Mare Nostrum”. La puerta en la quilla, la ropa tendida, las gallinas picoteando... No le faltaba un detalle.

 
 
Y un día la barca ardió. Yo la ví arder, y vi a “La Pilona”, a Pepica, quieta, muy quieta, mirando como se destruía el único hogar que había tenido en su vida, su primer y último techo. Ahora no sé dónde vive, ni quiero saberlo, porque me dolería saber que no vive en ningún sitio.

La luz se ha encendido. Un alto en el desfile de caballos corriendo entre las montañas, con el “malo” sinvergüenza perseguido por el “bueno” perfecto.

"Escolta, ¿has vist el retrato del meu fill?."

 
¡Es cierto!. Pepica, “La Pilona”, tuvo un hijo. Un hijo acaso, del amor, vaya usted a saber, pero un hijo. Y Pepica renuncio a él; porque no quería arrastrarlo a su existencia moribunda, a su vida de salto de mata. Y con otras familias se crió y creció. Y hoy es un hombre con uniforme militar que en la foto sonríe contento de la vida.

"Grasies a Deu, es un home. Un home complit. ¡Fill!."

Cuando besa el retrato, tengo que volver la cabeza. A pesar de su fealdad, de su aspecto poco atractivo, hay algo en Pepica que me hace subir agua a los ojos.

"Está molt bé. Crec que te novia y va a casarse. Es guapo, ¿veritat?"

Sí Pepica: tu hijo es guapo. Sobre todo para ti. Pero tu tienes también ahora una belleza que no imaginas, y que te hace cambiar de aspecto.

La luz se apaga, y en la pantalla sigue el desfile de caballos, los tiros y los puñetazos.

"Escolta, tete: ¿ no tens un duret pa “la Pilona”?. Es que s’acabat el cacau."

Allá va ella a por más cacahuete. Cuando vuelva, yo ya no estaré aquí. Y al buscar la salida del viejo Imperial, un impero de viejas cortinas, decrepitas butacas y piso de cortezas y mearrinas, no puedo evitar el ir pensando en ti.

Pepica: tu pides un duro para cacahuetes, tu vas al mercado y pides de puesto en puesto, y contestas con puñaladas verbales a las “señoras” que te increpan porque las rozas, y sonrojas con tu lengua a las pescadoras viejas. Y sales de allí con una cesta llena de cosas de comer que te han dado. Porque te quieren todas.

Pero lo que no sabéis tú y todas esas “señoras” que te desprecian, es que –yo lo he visto- cuando has salido del mercado, has encontrado a una anciana pidiendo sentada en la acera; y que Pepica “La Pilona”, la loca, la desvergonzada, el tipo popular, ha volcado la cesta en su regazo, al tiempo que decía:

"Tin, agüeleta, ya tens para hui. A Pepica li’n donaran mes ahí dins. Ala, ves a casa y pa hui ya estas arreglá."

Y has vuelto al mercado a seguir exigiendo con palabrotas, a seguir pidiendo con zalamerías, más cosas de comer.

 
Las Provincias

¡Sé tantas cosas de ti, Pepica!. Sé que mendigas, que pides tebeos viejos en las “paraetas”, que los almacenas en tu tugurio, allá donde este, y que cada tanto viajas al imperio del dolor, de la renunciación, al exilio más doloroso que es Fontilles, y allí entregas esos tebeos, esas revistas, esos papeles que te dieron creyendo que las ibas a vender, y que ninguno de los donantes, que tienen mas que tú, -aunque tú tienes cosas de más valor- se le ocurrió mandar por propia iniciativa. Lo sé, porque te he seguido a veces, porque siempre he escuchado lo que me han contado de ti. Y ¿sabes?, te has ganado algo que tal vez no tenga valor pero es sincero. Mi respeto. 
 
Porque vives como quieres, porque no te agarras a la rueda de la sociedad, porque en tu mente, tal vez no normal, pero nunca subnormal, no ha entrado nunca el pensamiento de que eres inferior a otros. 
 
Porque tuviste un hijo, lo único tuyo en tu vida y lo diste sin egoísmo, por amor. Porque diste a la anciana tu cesta. 
 
Porque te diste a ti misma con la misma facilidad con que se realiza cualquier acto común, porque vives al margen de todos. 
 
Por todo eso, Pepica, y por muchas cosas más, donde todos te desprecian, yo admiro, donde otros increpan, yo comprendo, donde otros ríen, yo me afecto al comprender que tú sabes de tu soledad, de tu horrible soledad sin redención, aunque no lo digas y explotes tu mala lengua y tu desgarro».

Vicente Mauri

(1) La madre trabajaba en la fábrica de tabacos. Las mujeres trabajadoras que tenían hijos se los llevaban para poder amamantarlos. Por lo visto, la madre de Pepica lo hacía en un pilón que había en el exterior de la fábrica y comenzaron a llamarle "la Pilona". Puede ser cierto o no, pero es la explicación que conozco.
 
Pepica, “la Pilona”, acabo sus días en la Residencia de Nuestra Señora del Carmen, junto a la playa donde vivió. Sus restos fueron enterrados en el cementerio del Cabañal, en un nicho de la parte nueva. Transcurridos cinco años, los depositaron en una fosa común. Nadie pagó la renovación.

http://entrevientoynubes.jimdo.com/
 
Más sobre Pepica:
 
https://letaqui.wordpress.com/2016/10/24/pepica-la-pilona/ 

https://descriu.org/cabanyal-veritable-pepica-la-pilona/

https://eldivandegurb.wordpress.com/2014/08/29/pepica-la-pilona/

https://cabanyaldiferencial.wordpress.com/2017/03/15/pepica-la-pilona/

http://cantestoretavelletamaritim.blogspot.com/2018/12/pepica-la-pilona.html
 

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