«En la segunda planta estaba la verdadera vivienda con los dormitorios, un saloncito estilo imperio, la cocina y el comedor estilo valenciano con sillas de cuerda, platos de cerámica, chimenea, etc., que daba a !a gran galería que se extendía a lo largo de toda la fachada, que era de estilo pompeyano, decorada y dirigida por el gran amigo de mi padre Joaquín Sorolla, ayudado por dos de sus discípulos, Francisco Merenciano y VIcente Santaolaria, que reprodujeron las pinturas de la casa del Veti y del Poeta de las ruinas de Pompeya.
La cocina y el comedor
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La terraza de estilo pompeyano
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En las dos esquinas de la galería estaban dos grandes cariátides hechas por Rafael Rubio, profesor de Bellas Artes de Valencia, que sostenían el techo de la tercera planta.
Blasco y su segunda esposa, Elena Ortúzar, posando ante las cariátides obra de Rafael Rubio.
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En el centro había, y hay, una gran mesa de mármol blanco de Carrara, de forma rectangular, sostenida por cuatro leones alados, que mi padre 'hizo traer de Italia, la cual aún está entre las ruinas de lo que fue aquella poética casa, pues por su mucho peso no se puede sacar más que con una grúa, y la lástima es que el piso está cediendo y el gran bloque de mármol se está desnivelando. Para que no se perdiera, el día que se termine de hundir el suelo, la hemos donado al Museo de Cerámica de Valencia; pero hasta el presente no han tenido interés en recogerla.
Blasco sentado en la famosa mesa de mármol
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En dicha mesa comíamos en verano contemplando el mar, que por cierto en aquella época estaba mucho más cerca da la finca de lo que está ahora; quizá el motivo sea la construcción de la escollera.
Blasco junto a su primera esposa, María Blasco, y sus hijos
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La tercera planta lo ocupaba el despacho de mi padre, con grandes ventanales que enfrentaban a su mesa de escribir, y sentado en ella no vela más que el mar, dándole la impresión de ir embarcado. Allí escribió «Sonnica la cortesana», «Entre naranjos», «Cañas y barro», «La catedral» y «El intruso».
Blasco en su despacho
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Estampa
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Ei jardín era muy amplio y los árboles fueron casi todos plantados por la mano de mi padre, entre ellos cuatro árboles llamados del Paraíso, que daban unas florecillas amarillas de mucho aroma que no he vuelto a ver en ningún iugar y que fue capricho de mi madre, que mi padre se apresuró a complacer. También había palmeras, eucaliptus, una higuera, un laurel, una gran parra que formaba un túnel y las paredes cubiertas de madreselvas.
Entre aquel verdor estaban diseminadas las estatuas de: «El esclavo», de Miguel Ángel; las Venus de Médicis y de Arlé, el Apolo y un monumento a Dante, etc. También había una gran alberca o balsa para regar el jardín y donde la chiquillería, formada por mis hermanos y yo, nos bañábamos tos días que el mar estaba revuelto.
Fachada trasera del chalet de la Malvarrosa
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Allí transcurrió nuestra infancia y, posteriormente, la de mis hijos. «La Malvarrosa» es una casa ligada a mi vida. Fue siempre el lugar predilecto de mi madre y allí pasamos veranos encantadores.»
Libertad Blasco - Ibáñez Blasco
Revista "Blanco y negro". 19/10/77
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